
La desproporción demográfica actual entre mujeres y hombres , de acuerdo con el Censo de Población en China, viven 120 hombres por cada 100 mujeres, informa la agencia de noticias multimedia Cimac.
Es decir, la relación entre ambos sexos se amplió en 8.5 puntos en comparación con los resultados del censo anterior. Se afirma que en el grupo de los niños de hasta nueve años de edad, los varones son 12.7 millones más que las mujeres.
Expertos en demografía encendieron las alarmas y advirtieron que si la desproporción sexual sigue sin ser resuelta, dentro de algo más de una década el 20 por ciento de los varones chinos probablemente no encuentre pareja en la adolescencia o cuando arribe a la mayoría de edad. Además, el aumento en el número de hombres solteros, ya de por sí un problema, incrementaría fenómenos como las relaciones sexuales extramaritales, los divorcios y algo mucho más peligroso, la trata de personas, según esos expertos.
Con alrededor de mil 300 millones de habitantes, China es el país más poblado del mundo, pero su población podría sumar otros 300 millones de no haberse comenzado a aplicar, hace casi tres décadas, una rigurosa política de planificación familiar.
El objetivo es frenar el crecimiento desmesurado de la población y lograr una evolución demográfica acorde con el desarrollo social y económico de un país que, pese a todo, contará en el 2050 con alrededor de mil 600 millones de habitantes.
Además de la desproporción sexual en los nacimientos, la política de un hijo único ha provocado algunos problemas colaterales también importantes. Entre otros, el hijo único, con independencia de su sexo, se ha convertido en una especie privilegiada en la sociedad china actual, en un ser “precioso” al que se le complace en todos sus caprichos, con las inevitables consecuencias negativas en la formación de su carácter y en su conducta social.
¿Por qué la desproporción sexual?
Los expertos demógrafos coinciden en que en un universo humano cualquiera, la proporción de nacimientos de hombres y mujeres tiende a ser similar, quizá con cierta ventaja a favor de las niñas, que en ocasiones tienden a superar a los niños. Sin embargo, en China no ha ocurrido así y a juicio de los especialistas eso obedece a diversas causas, algunas de ellas vinculadas con creencias y conceptos muy arraigados en la cultura y en la concepción del mundo de este pueblo milenario.
Aparte de las diferencias de oportunidades entre hombres y mujeres y de algunas prácticas discriminatorias hacia ellas aún vigentes, para muchos chinos los hijos varones son los continuadores del linaje ancestral y asumen la responsabilidad de apoyar y cuidar a los padres en la vejez.
En el campo, donde viven dos terceras partes de la población, los hijos varones son indispensables a la hora del relevo generacional en las labores agrícolas y, en muchísimos casos, constituyen una fuerza laboral insustituible en el esfuerzo cotidiano por ganar el sustento familiar. Esto hace que entre las familias campesinas se desee, por sobre todas las cosas, tener hijos varones como medio de conseguir una vida económicamente más holgada, y perdure cierto rechazo a las niñas, que sólo "traen gastos suplementarios sin posibilidad de retribución". Dichos conceptos están tan arraigados en ciertas zonas que en familias muy pobres y atrasadas culturalmente optan por abandonar o sacrificar al recién nacido si es niña y buscan al varón con un nuevo embarazo, debido a que sólo se les permite tener un hijo, afirman expertos en la materia. Aunque esta práctica está en proceso de extinción, se sustituye con otra más acorde con los adelantos de la técnica.
Sin embargo, China es probablemente uno de los pocos países del mundo donde, contando con las posibilidades técnicas de hacerlo, se prohíbe a los padres y madres conocer con antelación al nacimiento el sexo del futuro hijo. Esa medida ha sido dictada por las autoridades sanitarias para evitar que los propios padres provoquen abortos, al saber que la criatura que esperan es de sexo femenino.
Todo esto, entre otras numerosas medidas aplicadas a nivel nacional, debe conducir en el futuro a un mayor equilibrio demográfico entre los sexos y, además, a superar de manera sustancial las prácticas discriminatorias que aún subsisten.